18 de febrero de 2015

LECTURA EN FRIO en El Mundo de los Prodigios


¿Que es la lectura en frío? 
Según Dutton, Denis (1988). «The cold reading technique»: 
Se conoce con el nombre genérico de lectura en frío a diversas técnicas empleadas para que un sujeto convenza a otros de que sabe mucho más acerca de alguien de lo que conoce realmente.

Hoy quiero recomendar un libro o mejor una trilogía: La Trilogía de Deptford. y en concreto su primer y tercer libro. En el tercero, El Mundo de los prodigios, su autor Robertson Davies en solo unas hojas nos muestra a la perfección la lectura en frío de una gitana.
Aquí os dejo el texto:

"La mujer que me enseñó los fundamentos del hipnotismo era la señora Constantinescu, una extraña señora ya de cierta edad, que viajó durante unos años con nosotros ocupándose de su propio tenderete de adivina.
No formaba parte de El mundo de los prodigios sino que era una especie de concesión que Jerry alquilaba, como alquilaba a quien fuese el derecho a montar un tenderete de perritos calientes, una rueda de la fortuna, el tiro al blanco y, por supuesto, el tiovivo. El tenderete de la adivina era una tienda aparte, con vistoso rótulo en el exterior, adornado con los signos del zodiaco y un anuncio en el que se indicaba que Zingara, la quiromántica, era capaz de revela los secretos del destino a quien lo deseara. Zingara era la señora Constantinescu, que por lo que alcanzo a saber podía ser una gitana de verdad, como ella afirmaba; lo cierto es que era una espléndida adivina. Nunca habría admitido ella una cosa así, desde luego. Adivinar la suerte a cambio de dinero está tipificado como delito en cualquier parte de Canadá o de Estados Unidos. Cuando llegaban sus clientes, les vendía un ejemplar del Libro de los sueños de Zadkiel por diez centavos y les ofrecía una interpretación personal a cambio de otros quince o una indagación a gran escala de su destino personal por cincuenta, con el Zadkiel incluido. Así tenía la posibilidad de decir que tan sólo se limitaba a vender un libro, caso de que un polizonte metomentodo asomara la nariz por allí dentro. Rara vez lo hacían, pues era trabajo de nuestro adelantado untar a los polis debidamente, ya fuera con dinero, con alcohol destilado ilegalmente o con lo que les viniera en gana. Los clientes no se quejaban nunca. Zíngara sabía cómo cumplir a pedir de boca.
Yo le caía bien: toda una novedad. Tenía lástima de mí y, con la excepción del Profesor Spencer, nadie me había tenido ninguna lástima en mucho tiempo. Pero lo que resultaba insólito en El mundo de los Prodigios era que a ella le interesaran las personas por sí mismas. Los talentos consideraban al público un simple hatajo de paletos a los que era preciso explotar y, ya fuera la explotación en que se había especializado Willard, ya fuera la explotación que practicaba Hannah la Feliciana, en el fondo venía a ser los mismo, En cambio, Zíngara nunca se cansaba de la humanidad, nunca le parecía molesta. Disfrutaba adivinando la buena fortuna de sus clientes y creía que realmente hacía el bien con sus prácticas.
La mayor parte de la gente no tiene con quién hablar - me dijo muchas veces -. Las mujeres no hablan con sus maridos, ni tampoco a la inversa; los amigos tampoco hablan entre sí, por que nadie quiere verse envuelto en algo que al final puede salir caro. Nadie quiere oír realmente las preocupaciones de los demás, pero todo el mundo tiene preocupaciones y complicaciones, que no suelen abarca un abanico de asuntos muy amplio. Todo el mundo es más parecido que diferente entre sí. ¿Lo habías pensando alguna vez? En fin, ya lo ves: yo soy alguien con quien se puede hablar. Estoy dispuesta a hablar y, además, a la mañana siguiente me habré ido con la música a otra parte y todo lo que sé se va conmigo. No me parezco en nada a los vecinos. No soy como el médico ni como el sacerdote, que siempre juzgan y siempre están cansados. Tengo un aura de misterio, que es lo que todo el mundo quiere. Es posible que sean de los que van a la iglesia, es posible que vivan en lugares olvidados del mundo, pero ¿qué es lo que les dan en la iglesia? Sólo sermones que enhebra como mejor sabe un pobre infeliz que no entiende la vida mucho mejor que ellos mismo. Lo conocen saben que salario tiene, conocen a su esposa, saben que no es precisamente un gran mago. Ellos lo que quieren es hablar y quieren acceder a ese viejo misterio: eso es lo que yo les doy. Es un trato que les sale a  cuenta.
Era evidente que la gente lo deseaba, pues aun cuando nunca se formó un tropel a la entrada de la tienda de Zíngara, sí juntaba veinte o veinticinco dólares al día y, tras pagar cincuenta por semana a Jerry, le quedaba más dinero limpio que a la mayoría de los talentos de El mundo de los prodigios.
Hay que aprender a mirar a las personas. Eso es algo que prácticamente nadie sabe hacer. Suelen mirar embobados a la cara de los demás, pero hay que saber mirar a la persona entera. ¿Es gorda, es delgada? ¿Donde está la gordura? ¿Qué hay de los pies? ¿Qué indican esos pies? ¿Vanidad o quebradero de cabeza? Y esa mujer… ¿ensancha bien el pecho o se carga de hombros para disimularlo? Ese hombre… ¿encoge la barriga o la enseña a los cuatro vientos? ¿Se inclina hacia delante y mira con afán o tal vez se echa para atrás y mira con desdén? ¿Tiene el culo prieto o lo tiene caído? ¿Es alto cuando está sentado? Las manos son importantísimas, lo último es la cara. ¿Se le ve contento? Seguramente no. ¿Qué clase de desdicha le invade? ¿Preocupaciones, fracasos? ¿Qué arrugas tiene? Hay que saber mirar, te lo digo yo, y ser muy rápido. Además, es conveniente que sepan que es lo que estás mirando. La mayoría de las personas no están acostumbradas a que nadie las mire, salvo si se trata del médico, y el médico las mira en busca de algo especial.
Hay que tomarlas de la mano ¿La tiene fría o caliente, húmeda o seca? ¿Qué anillos llevan? ¿Se ha quitado una mujer la alianza antes de venir? Ése siempre es síntoma de que está pendiente de un hombre, que muy probablemente no es su marido. Un hombre… ¿lleva un gran sello masónico, un aparatoso anillo de los Caballeros de Colón? Tómate tu tiempo. Diles cuanto antes que están preocupados. Por supuesto que lo están. Si no, ¿por qué iban a acudir al cochambroso tenderete de una adivina en una feria de pueblo? Sondéalos, dales ocasión de hablar; en cuanto toques el punto donde les duele, te darás perfecta cuenta. Diles que necesitas sondear en ellos porque tratas de hallar un camino que dé acceso a sus vidas, pero que no son personas ordinarias y que por eso la cosa lleva su tiempo. 
¿Quiénes son? Una mujer joven. Bien, pues se trata de un chico, de dos chicos o de que no hay chico por ninguna parte. Si es una chica buena, y eso siempre se sabe por el peinado, es probable que su madre la esté devorando viva. O bien que el padre esté celoso de los chicos. Si es una mujer de cierta edad… ¿por que mi marido no es tan romántico como yo creí que sería? Está harto de mí. ¿Por qué no he encontrado marido? ¿Es sincera mi mejor amiga? ¿Cuándo tendremos más dinero que ahora? Mi hijo, o mi hija, es desobediente, es un gamberro o es desastre. ¿He vivido ya lao mejor que pueda darme la vida?
Supón que se trata de un hombre. Vienen muchos hombres, por lo general después que anochezca. Quiere dinero, está preocupado por su novia, su madre lo devora vivo, está jugando a dos bandas y no sabe cómo librarse de su amante, ve que se le agota su potencia sexual y cree que eso es el fin, tiene problemas en su negocio, ¿es esto todo lo que la vida puede darme?
O digamos que se trata de una persona de edad avanzada. A todos les preocupa la muerte. ¿Llegará pronto, será dolorosa? ¿Tengo un cáncer? ¿He invertido con acierto mis ahorros? ¿Sabrán mis nietos salir con bien? ¿He recibido ya todo lo que la vida puede darme?
Desde luego, son bastante frecuentes los listillos. A veces son los que más se abren. Hay que adularlos, hay que reírse del mundo con ellos, hay que decirles que nadie puede engañarlos. Conviene avisarles de que no permitan que su inteligencia los endurezca, porque son realmente personas excelentes, que harán grandes cosas en el mundo. Hay que saber qué cara es la que muestran ante el mundo y decirles que son todo lo contrario. Eso suele salir bien casi con cualquiera.
Y hay que adular a todos. ¿Si es una maldad? La mayoría de las personas se mueren de ganas de recibir una palabra amable. Hay que aconsejar a todos que se cuiden de una cosa determinada, casi siempre de algo en lo que se pueden llevar a engaño precisamente por ser demasiado honestos o por estar hechos de muy buena pasta. Hay que advertirles de sus enemigos, pues todo el mundo tiene un enemigo. Conviene decirles que las cosas van a mejorar muy pronto, porque así ha de ser; el mero hecho de que vengan a hablar con una les facilitará las cosas próximamente, porque se han quitado de ese modo un  gran peso de encima.
Pero esto es algo que no todo  el mundo puede hacer. Hay que saber cómo lograr que hablen y se  abran. Ése es el gran secreto. ¡Ese Willard…! Se hace pasar por hipnotizador, pero ¿qué es lo que hace? Se planta ante una docena de paletos y les dice: “Voy a hipnotizaros”. Los mira con ojos penetrantes y agita las manos y al cabo de un rato están hipnotizados, pero el verdadero hipnotismo es algo muy distingo. Es en parte amabilidad y en parte hacer sentir al otro que está perfectamente seguro contigo. Hay que convencerle de que eres su amigo, aun cuando hasta hace un minuto no te conociera de nada. Hay que arrullarlo como se arrulla aun niño. Ése es el verdadero arte y es preciso no pasarse de la raya. No sirve decirles que están a salvo contigo, ni nada de eso. Hay que dárselo y ellos lo han de recibir, sin demasiada cháchara. Claro está que hay mirarlos con ojos penetrantes, pero sin pretender dominarlos, como hacen los hipnotizadores de vodevil. Hay que mirarlos como si fueran todo lo que tienes en mente en esos instantes, como si no se te pasara  por la cabeza hacer ninguna otra cosa. Hay que mirarlos como si hiciera mucho tiempo desde que te encontraste con alguien como ellos, pero sin abusar, pasarse. Hay que estar completamente abierto a ellos; si no, ellos no se abrirán por completo a ti”.

1 comentario:

  1. Me encanta la historia de Zíngara! A seguirla poniendo en práctica.
    Un abrazo mi gran amigo y gracias por compartir este relato y recomendación literaria. WILLO

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Se respetuoso, gracias.